Vuelven los 2000 (pero el efecto Y2K solo sobrevivirá como estética)
Vol. 52 La moda lo empaña todo. Y con los tiros bajos y las microfaldas vuelven las relaciones destructivas y la extrema delgadez. Pero el mundo ha cambiado demasiado para aceptarlo
Para una joven millennial como yo, que pasaba los tiempos muertos de sus clases de piano leyendo la Súper Pop (y después la Bravo y después la Vale) con sus amigas, la estética de finales de los noventa y después la de los dosmiles tuvo un papel crucial en mi educación afectiva y sexual, pero también fue esa la estética que me ayudó a reafirmarme como una adolescente ante el resto del mundo.
Recuerdo la felicidad que sentí la primera vez que me miré en el espejo de la casa de mi abuela con un top de manga corta azul marino con el logo del perro de Chipie bien grande, a juego con unos pantalones de terciopelo que tenían un poco de campana. Mi madre me los había comprado en la tienda de ropa vaquera de nuestro pueblo, la única que tenía esas marcas que todas queríamos; también esos pantalones Lois con campanas desproporcionadas que vendrían después (y que ahora lleva mi prima Rita, tras años relegados al fondo del armario).
Porque después de denostar todo lo que nos recordaba a esta etapa pasada de nuestras vidas, la moda de comienzos de siglo ha conseguido ablandarnos el corazoncito. Y aunque nos resulte impensable, las chaquetas toreras, las microfaldas (incluso las que tienen volantes), los conjuntos vaqueros, o las gafas con lentes de colores… todo, todo, todo eso nos ha vuelto a poner los dientes largos. Ya no digamos a todas aquellas chicas que se acercan a esta estética por primera vez.
Lo que ocurre es que la moda no es moda sin un contexto: las tendencias son cíclicas, sí, pero además vienen acompañadas de pensamientos, modelos de conducta o aficiones. Si en los 2000 se llevaban los Saddle de Dior rosas, los chándales de Juicy Couture o las marcas como Von Dutch o Pony, que lo inundaban todo con sus logos, también eran habituales las relaciones que Britney Spears resumió como tóxicas, en su hitazo de 2003 por el que no pasan los años.
Una de las más mediáticas implicaba a Lindsay Lohan y a la DJ Samantha Ronson, que protagonizaban constantes peleas públicas, que los tabloides estadounidenses se encargaban de contar al resto del planeta. Un momento de su vida al que después la actriz de Chicas malas se refirió como una época de violencia, drogas, mucha soledad, infidelidades e incluso alguna orden de alejamiento.
Aún más terrorífico fue el episodio que vivió Rihanna con su exnovio, un recurrente maltratador, que como dice mi querida Bárbara Arena en este fascinante repaso de los chorbos de RiRi, no merece ni ser nombrado. Pero las imágenes de aquella paliza (y tantas otras que no vimos) no merecen ni olvido ni perdón.
Hubo otras relaciones (que no sabemos si podríamos calificar de violentas) como la de Angelina Jolie y Billy Bob Thornton, en donde el amor se demostraba de manera excesiva y dolorosa, y los tatuajes (también los de Winona y Antonio) decoraban brazos de celebridades emblemáticas y enamoradas hasta las trancas. Además, había lugar para las sex tapes, como las de Kim Kardashian, Paris Hilton o Pamela Anderson, otra forma de machismo institucionalizada. Y como todo vuelve, también lo hacen las parejas como Megan Fox y Machine Gun Kelly. El rapero decidió regalarle a la actriz un anillo de compromiso “diseñado de tal forma que le causaría dolor si decide quitárselo”.
Umm… yummy!
Y a la luz de todo esto, se rescatan series como Pam y Tommy (2022), que recuerda la historia entre Anderson y el que fue su marido, una relación problematiquísima que nadie querría emular, al menos en el 2022. Una relación que se formalizó con una boda celebrada a los cuatro días de conocerse. Y que en vez de alianzas, tuvo tatuajes. Entre las infinitas perlas que el batería Mötley Crüe soltó acerca de Pam, destaco esta (aunque hay infinitas y me cuesta escoger), como tan bien recoge aquí Raquel Piñeiro.
“Al tener un hijo estás creando a tu mayor rival, una persona a la que tu esposa va a tener que querer más que a ti. Hubo un tiempo en el que, para Pamela, yo era el número uno. Cuando Brandon nació, bajé a la segunda posición y luego, cuando nació Dylan, pasé a ser el número tres. Me convertí en inexistente. Y no podía aceptarlo”.
Speechless!
Una serie que se ha creado a la luz de este revival Y2K del que hablamos, y que también está presente en la nueva campaña de Bluemarine en donde las mujeres vuelven a pelearse y que no me puede dar más pena (y pereza). La estilista de la firma Lotta Volkova no se ha debido de dar cuenta de lo poco atractivo que nos resulta esta vuelta a un pasado trágico que queremos olvidar porque ha compartido las fotos en su cuenta de Instagram con el hashtag #girlfight.
No contenta, Volkova, que también es estilista de Miu Miu, ha rescatado una delgadez (y una blancura) que nos recuerda a aquellos primeros años del nuevo siglo, pero que ahora, dos décadas después ya no resulta atractiva para nadie. Hemos visto demasiados cuerpos, demasiada diversidad, no queremos volver atrás. Acabé de confirmarlo cuando leí la tromba de comentarios que plagaron la cuenta de Diet Prada que afeaban las nuevas imágenes de la firma italiana.
Por todo esto, creo que aunque nos hayamos metido de lleno en las botas de pelo, los estampados de mariposa o las camisetas de Hello Kitty, y suspiremos por los estilismos de Euphoria, que han conseguido mejorar los de la temporada anterior, estoy convencida de que esta vez no vamos a glamurizar las relaciones autodestructivas ni los patrones estéticos que tontean con la delgadez extrema, y en donde solo hay mujeres blancas, que sufren, lloran y permiten que sus parejas las maltraten a todos los niveles. Un tipo de relaciones aberrantes que nos afectan a todas (seamos más o menos feministas, más o menos conscientes). Que se lo digan a Cassie.
La buena noticia es que ahora, al menos, sabemos que todo eso es justo lo contrario a lo deseable.
© 2022 Elefant Records
será que poco a poco vamos teniendo las antenas mejor situadas? 🥳 me encantó leerte!