So hot you're hurting my feelings🔥
Vol. 73 Ni tiempo, ni ganas, ni dinero para alcanzar la belleza (y la excelencia)
Espero que esta entrada de mi newsletter no resulte demasiado específica ni tampoco un #firstworldproblems. Porque creo de verdad que todo el mundo tiene, en cierta medida, una relación determinada con la belleza y la excelencia; dos virtudes que pueden encontrarse en cualquier disciplina artística, pero también en determinados lugares recónditos de nuestras vidas. Siempre he admirado a la gente que consigue levantarse horas antes de llegar a la oficina para ir al gimnasio, maquillarse un poco o leer el periódico mientras se bebe un café. Bueno, esto último (lo de leer algo en formato físico y no hacer scroll en el móvil) creo que ya no ocurre y mucho menos en el espacio que yo le presupongo: un loft estadounidense con grandes ventanales o una casita junto al mar en Maine.
Me fascina cómo el tiempo se alarga como un chicle pegajoso en el audiovisual: las mañanas dan para todo en el cine. He pasado años tratando de resolver este desajuste temporal, aunque he de reconocer que no haberlo conseguido me calma. Así, aún existe la posibilidad de fantasear con una mañana estirada hasta el infinito, sin legañas, en donde el tiempo nos permite hacer algo más que trabajar y coger un autobús (el 27, concretamente) cargadas con bártulos y de morros.
Todas aquellas personas que consiguen habitar en ese bucle espacio temporal extraño, al que no todes tenemos acceso, son las mismas que consiguen acercarse a la belleza, y también a la excelencia. Sí, porque la belleza no surge de la nada, aunque Alizée tratase de hacernos creer en el videoclip de ‘Moi… Lolita’ que se puede ser una prepúber desarrapada y bellísima, a punto de ser reclutada por un agente de IMG Models.
Ya se puede ser un bellezón, que si pasas de todo, nanay. Eso es así. Y aunque parezca una frase de mierda, en realidad es guay porque sitúa lo bello en cualquier espacio (físico, virtual o sentimental) en el que haya predisposición para que así sea. También en la literatura, la música o la moda. Y aquí me quiero parar porque el desfile de primavera-verano 2024 de Prada me ha hecho replantearme por qué no voy así vestida a diario. No, no me malinterpretéis, no es una cuestión de ego sino de excelencia.
Me pregunto por qué no hago de mi vida algo relevante llevando cada día un look perfecto, bello, bellísimo. Quizás con este pequeño gesto conseguiría darle sentido a la vida, que todo saliese como la seda, que la gente fuese feliz, que la vida tuviese un sentido; que la bondad corriese como el agua prístina e infinita… como la naturaleza antes de ser expoliada. Que no hubiese gente sin hogar, ni animales abandonados y maltratados, que la belleza de un vestido de organza azul cielo suavizase los ánimos y los afectos. Que nos hiciese dejar una huella en un planeta que se va al garete. Una huella instantánea, diaria, que se aleja de la obsesión por permanecer. Una rutina bella, que repercuta en el otre. Pero no tengo ni tiempo, ni dinero, ni ganas.
Mirarnos al espejo y recordar las grandes cosas que podemos lograr, en un bus o con Prada ofreciendo lo mejor de cada quien y listo ✅ San se acabó. Aplausos para ti por este escrito.