Si me preguntan, siempre overdressed
Vol. 66 La vida cambia en un instante, así que es mejor poner en práctica el exceso cada vez que el cuerpo nos lo pide
A veces, el drama puede cogerte desprevenida. De eso sabe algo Joan Didion, pero también Sharon Olds. A veces, el drama no llama a tu puerta; arrampla con todo y te deja tiritando en medio de la calle, dando vueltas sin saber a dónde ir ni qué decir. Una llamada de teléfono puede cambiarlo todo, un mal paso, una cuestión puramente circunstancial. Pero hay lugares en donde el drama campa a sus anchas: lugares preparados para el drama, el dolor, el malestar, las deliberaciones existenciales, los trajes oscuros a juego con corbatas burdeos.
Algunos de esos lugares son los cementerios, o los tanatorios, pero también los juzgados y los hospitales. Siempre me han obsesionado los estilismos escogidos por las celebridades a la hora de honrar a un ser querido: de estricto negro; en los mejores casos, con sombreros, guantes y velos; tacones de aguja, gafas de sol y el rímel corrido. Me sorprende la capacidad para performar en momentos en donde nuestro cerebro funciona de manera distinta a como lo hace habitualmente. Las veces que me pilló el drama, este ocupó todo el espacio en mi cabeza y acabó con todas mis energías, así que me ni hablar de realizar actividades cotidianas como lavarse los dientes. A veces, levantarse de la cama y poner un pie fuera de ella resulta un esfuerzo tan colosal como escalar una montaña.
Con todo, hay personas famosas (pero también meras mortales, como nosotras) que entienden que lo más respetuoso, que el mensaje de amor más brutal, es emperifollarse incluso más de lo habitual: y eso implica, bien lo sabe Diana, llevar el colorete subido hasta la sien. Pero no solo el drama es perfecto para desempolvar del armario los complementos más locos: mi compañera Mayte llegó hace unos días a un cóctel del trabajo vestida como una flapper. Nos confesó a todas que se sentía overdressed por culpa de un tocado años 20 que llevaba para después asistir a una fiesta en homenaje al gran Gatsby. Estaba arrebatadora, claro.
Pero algo me dice que esto de sentirnos demasiado arregladas no nos pasa a todas. Siempre me he sentido muy atraída por las fotos de celebridades en canchas de baloncesto u otros deportes estadounidenses, porque sí, es en este país en donde ocurre la magia. En las imágenes que adjunto a continuación, RiRi, Kendall y Bella observan desde primerísima fila los movimientos de los jugadores vestidas con sus mejores looks y sin evitar, jamás de los jamases, unos tacones bien altos y casi siempre finos.
En la vida real, es muy difícil poner en práctica eso de ir overdressed, aunque cada vez lo practique más y sin menos pudor. No me importa el acontecimiento: así debe de ser, creo yo; al menos, así quiero hacerlo. Y no puedo evitar ponerme triste si voy al Teatro Real para escuchar a Cecilia Bartoli y compruebo que, incluso entonces, cuando la ocasión lo requiere (y lo permite), la mayoría de la gente prefiere ir con vaqueros y cazadoras de colores verdes y pardos. Mi acompañante y yo nos vestimos con abrigos de pelo (veganos), telas brillantes y tornasoladas, zapatos de charol y guantes. En algún lugar de la sala, mis ojos se posaron sobre un smoking sobreviviendo a la planicie de básicos sin gracia. Pensé en el escritor Gay Talese y en su cita: People dress up for funerals. Why not dress up to celebrate that you’re alive? (Si la gente se arregla para ir a funerales, ¿por qué no hacerlo para celebrar que estamos vivos?).
Por suerte, sigue habiendo gente, como Gigi, que no escatima estilismos (ni hombreras): ni en un funeral, como en este del fotógrafo Peter Lindbergh, ni para ir a una cena de gala. Porque a veces, lo que convierte una velada corriente en una especial es un look bien escogido y recargado. Y para eso, nunca deberíamos esperar.
© 2022 Elefant Records
Durante un tiempo salí con un chico que tenía una posición social más que acomodada; en una ocasión me indicó que íbamos a pasar un día en la casa de campo de unos amigos suyos, le pregunté cómo debía ir vestida y me respondió "cómoda, vamos al campo". La sorpresa fue cuando yo llegué con zapatillas,vaqueros y jersey oversize y a todas las acompañantes con tacones, botas y estilismos Pasión de Gavilanes y maquilladas a lo Raquel Bollo. Me pasé todo el tiempo deseando que se abriera la tierra y me tragara, hasta que después de unas copas una de ellas me confesó que me admiraba por ir en deportivas, que su novio la "obligaba" a ir en tacones a todos sitios.
Desde aquel día intento ir siempre un poco más arrelgada de lo que se requiere, por lo que pueda pasar.