Puto píllate ya, por favor
Vol. 43 El amor de usar y tirar no es amor y no es divertido. El amor solo es divertido cuando importa
Recuerdo perfectamente el momento: íbamos paseando por la calle en la que estaba el primer Burger King que había llegado a Santiago de Compostela. A mi novio de la universidad le habían regalado una tarjeta VIP por ser tan buen cliente. Creo que hablábamos de mis crushes. Cada cierto tiempo, yo me encaprichaba de alguien nuevo. Y él lo sabía, pero se lo tomaba de chill, porque estaba seguro de que ese deseo de gustar, de vivir emociones nuevas y de conocer de manera íntima a otra gente se iría por donde había venido. Esteban sabía que aquellos chicos nunca me prepararían chili con carne, ni me pondrían música punk, ni me querrían tanto como él.
O más bien, pensaba que a mí no me compensaría cambiar todo lo que él me daba (también en el plano sentimental) para irme con otro. Y estaba en lo cierto. Él estaba convencido, y así me lo dijo ese día, de que uno decidía cuándo y cómo se enamoraba. Recuerdo el momento porque para mí supuso una liberación. Pensé que todo estaba en mis manos, que yo podría controlar mi destino. Que el amor no era como nos lo habían contado y que, por lo tanto, nunca volvería a ser una esclava de mis sentimientos.
Quince años después, lo que me parecía subversivo entonces, porque era nuevo, ahora es mainstream. Vemos a concursantes de realities hablando de sus prototipos como si fuesen personajes de los Sims y cuando un veinteañero le pregunta a otro si un tercero le renta, no solo le está pidiendo opinión sobre sus gustos o deseos, está yendo un paso más allá: le está preguntando si le compensa, si le beneficia; incluso, si le empodera.
Buf, tía, paso. No me renta.
Porque el amor en el 2021 debe compensar, ser equitativo y estar alejado de cualquier conato de sufrimiento. Aunque lo perverso del asunto es que, si una relación sale mal, la culpa recae siempre sobre la persona que “pierde”, porque no ha perfeccionado su carácter lo suficiente como para mantener vínculos afectivos saludables. Algo similar ocurre con la cultura del trabajo. Lo tóxico acecha a la vuelta de la esquina, como nos recordó Begoña Gómez Urzaiz en este maravilloso artículo publicado en S Moda. Y lo más inteligente y mejor es dejarlo atrás cuanto antes.
Pero el amor no tiene por que ser siempre recíproco ni equitativo. Una de mis canciones favoritas de Lorena Álvarez es esta. Atentas a la letra.
Y si no fuera así / pues también me daría igual / porque si no me quisieras / para qué me iba yo a enfadar.
Una amiga me contó una conversación que mantuvo con un chico con el que queda a menudo. En un momento de euforia y honestidad, le confesó que él le gustaba mucho, mucho, mucho, mucho. A lo que él le contestó que ella le gustaba mucho, mucho. A pesar de que a mi amiga le hubiese gustado que él también usase cuatro adverbios de cantidad, me lo contó serena, sin resignación. Y me dio otra de las lecciones que se aprenden en el cómic de No siento nada, de Liv Strömquist.
Estamos acostumbradas a que nos digan que si un amor no nos compensa o nos hace sufrir, lo mejor es cambiarlo por otro mejor. Total, como dice Beyoncé en Irreplaceable, todas las personas son reemplazables. Chao y a otra cosa. Thank u, next.
Pero no siempre ha sido así: nuestra querida Xtina nos puso a cantar como locas en pleno 2000 Pero me acuerdo de ti, un temazo máximo por el que no pasan los años. Pero me acuerdo de ti / Y otra vez pierdo la calma / Pero me acuerdo de ti / Y se me desgarra el alma.
La pregunta es: ¿Qué ha ocurrido entre Christina Aguilera penando recién estrenado el nuevo milenio y Ariana Grande cantando Thank u, next veinte años más tarde?
Lo que pasó entre medias es que poco a poco fuimos interiorizando que el amor debía ser algo racional (y el supuesto empoderamiento femenino metió la patita). Años después de aquella conversación frente al Burger King, me empeñé en decirle a mi nuevo novio, recién llegado a la universidad, que debía conocer a otras chicas; que se estaba perdiendo un momento crucial que tenía que vivir sin compromisos, sin preocupaciones. Insistía e insistía pensando que aquello era lo civilizado, pero él se cansaba de repetirme que solo quería estar conmigo. De nuevo, yo pensaba que el amor debía ser meditado y justo; un sentimiento que no nos hiciese renunciar: nada que ver con ese pasado de amor romántico del que había que alejarse a toda costa.
Pero resulta que él me quería a mí, a pesar de la diferencia de edad, de su juventud, de las posibilidades que tendría de estar con tropecientas chicas, o de lo que fuese. Porque se había enamorado de mí y quería estar conmigo no matter what. Cuando quieres a alguien, lo haces sin esperar nada. No entras a valorar si es más o menos guapo o más o menos exitoso. Aunque en tiempos de Tinder, las personas pasan a ser un activo más del mercado.
Sobre esto, también pensé cuando vi anuncios de chicas en Instagram que buscan piso. Máximo 450 euros. Zona centro. Soy vegana, toco el teclado, pinto, no fumo y tengo dos gatas.
Lo de hacer un proceso de selección para buscar compañera de piso no es nuevo, pero que ahora seamos nostras las que nos vendamos de una manera tan hardcore, más allá de poner la mejor de nuestras sonrisas al ir a ver el piso de nuestros sueños me parece casi apocalíptico. Y ser vegana, creativa y tener mil aficiones es maravilloso. Pero, ¿y si no fuésemos nada de eso? Pues supongo que nos quedaríamos sin piso.
Anyways, ahora que ya han pasado dos décadas desde que nos agarrábamos a los cojines y suspirábamos por amor, podemos abandonar el miedo, el raciocinio y lanzarnos al amor, sea del tipo que sea. Lo más probable es que a veces suframos, pero el dolor no tiene por que ser desgarrador ni terrible: querer a alguien implica pasarlo casi siempre bien y a veces mal, aunque las relaciones que nos gustan y nos hacen sentir bien son tan placenteras que los pequeños desencuentros son lo de menos.
Desde adolescente, me negué a fingir que era una chica enrollada. Una de esas mujeres creadas por la mirada masculina, y que tan bien recrea Gillian Flynn en Perdida, que no dicen lo que quieren y se adaptan siempre los deseos del patriarcado actual. Nada de compromisos ni de etiquetas. No, tranquilo, yo no soy una de esas que solo quiere amor e hijos. Un estereotipo de mujer, como nos recuerda Liv Strömquist en No siento nada, que condensa todo lo que los tíos odian y todo lo que las tías quieren evitar.
Para contraatacar, me pasé toda la vida hablándole de compromiso al primero que se me ponía por delante. Bueno, en realidad, no al primero. Lo hacía porque siempre me ha gustado vivir mis relaciones de manera hiperbólica, aunque luego odie las bodas y todo eso, pero también para darle voz a un sentimiento que trataban de silenciar, al tiempo que aprovechaba para rebelarme ante el deseo masculino. No quería ser la chica perfecta, la que no da problemas y se adapta siempre a sus necesidades. Además, así descubría cuáles eran los tíos que verdaderamente molaban. Y… sorpresa, eran muy pocos.
En resumen: deberíamos tenerle menos miedo al compromiso, al dolor, a entregarnos a nuestros deseos sin temores. Solo así podremos disfrutar de la gente, de nosotras, de la vida.
Porque sé / que la pena es natural / Y también / que tenía que pasar / Estaré / esperando la señal / El amor / eso es algo /criminal / Yo por ti / construiría un gran jardín / rodeado de plantas de jazmín / y una estatua de bronce y hormigón / Por favor, no le des / explicación.
© 2021 Elefant Records