Nuestra identidad es múltiple y nos da acceso a otras realidades
Vol. 40 No pasa nada por inmutarse, por descubrir distintas caras de una misma. Reconocerlas y aceptarlas es mucho mejor que destinarlas al olvido
La última vez que vi a Juncal, me la encontré con un peinado distinto; llevaba el pelo más corto que nunca. Le dije que estaba muy guapa y ella relajó el cumplido diciéndome que iba de niño. No era la primera vez que bromeaba con sus distintas identidades: niño, lady, dominatriz, punk, sexóloga. Todo aquello formaba parte de un juego que empezaba cada mañana antes de salir de casa —la decisión de ponerse una falda o un pantalón, de hacerse trenzas o de peinarse con gomina—, con nula importancia y al mismo tiempo gran trascendencia. Era la voluntad de aquel momento, la que surgía de la conjunción entre la necesidad de llegar a tiempo al trabajo y la de sentirse bien consigo misma, la que convertía ese acto en algo relevante; para una misma y para colorear el espectro de aspectos humanos que nos encontramos cada vez que salimos a la calle.
A veces, los cambios de registro, de uniforme; de cadencia en la voz, en el gesto, ocurren de manera natural, sin haberlos esperado. Resultan más naturales si la persona en cuestión se conoce a sí misma, si ya ha reconocido y aceptado sus otras caras. Estamos cansadas de escuchar que una no es la misma en el colegio, cuando va al médico, con la familia, en el trabajo, con las amigas, con el chique que le gusta… sin embargo, demandamos una identidad monolítica y permanente como sinónimo de honestidad e integridad.
Terry Nguyen en su newsletter Gen Yeet, me hizo pensar sobre la tendencia, o más bien la necesidad, de la mayoría de usuarias de modificar su personaje online. Una deriva que les permite protegerse, a través de filtros o de un discurso políticamente correcto, de la misoginia y los haters. Pero ni así se libran: cuando lo hacen, “las ponen en evidencia, las condenan al ostracismo o reciben burlas por retratarse de una manera que no se adecúa con la realidad”, cuenta Nguyen. Con todo, internet también es ese reducto en el que es posible inventarse un nombre (un avatar) y ser quien queramos ser para, por ejemplo, escapar de “una realidad aburrida de pre adolescente de suburbio”, como la periodista estadounidense.
Pero cada vez que pensamos en “falsear” nuestra identidad en internet, nos vienen a la cabeza hombres de 50 años haciéndose pasar por adolescentes para atraer a menores de edad. Por suerte, esa es sólo la parte mala; la otra, la que es verdaderamente divertida, nos permite tener otras amigas; experimentar otras realidades, sin necesidad de enchufarse a una de las vainas de eXistenZ. Aunque eso también molaría.
Otra manera de subrayar la delgada línea que separa los dos mundos es la post ironía presente en las redes sociales, a través de bromas o memes que subrayan el drama diario, a medio camino entre la realidad y la ficción. Como los que diseña Global Self Hypnosis, la cuenta de Matteus Benkestoch, que en Instagram siguen más de 735.000 personas. La mayoría de los taglines que apelan a miles de personas son entre deprimentes y graciosos, y alejan por unos segundos a quienes los comparten de una realidad casi siempre nefasta.
En este caso, la vergüenza que supone la soledad; el sentirse sola, como tan bien cuenta Olivia Laing en La ciudad Solitaria, se combate con el humor. Además, deja de esconderse y se grita a los cuatro vientos, como si al contarlo una se sintiese menos culpable, más comprendida.
La mayoría transitamos realidades poco divertidas y casi siempre monótonas, pero tenemos a nuestra disposición ropa, complementos, maquillajes, tijeras para el pelo, distintas aficiones, diversos temas que tratar, distintas personas con las que quedar… ya sabéis, cientos de mundos que transitar, también cuando hablamos de identidades y de sexualidades. Porque decir que un día eres una punk que solo quiere bailar pogo y al día siguiente convertirse en un ratón de biblioteca es bueno y es necesario. Ahora, ¡disfrutad del viaje!
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