La identidad: se crea y se destruye, pero ¿nos pertenece?
Vol. 30 Todas tenemos derecho a decidir lo que somos, a pesar de nuestro pasado
Invertimos años, décadas, quizás toda la vida, tratando de descubrir quiénes somos. Durante la infancia, no pensamos demasiado en nosotras mismas (nuestro yo permanece latente), pero en los años de la adolescencia nos ocurre justo lo contrario: cómo nos perciben los demás es una cuestión de vida o muerte.
Por eso es tan absurdo que nos acusen de vestirnos para los demás. ¿Y para quién nos vamos a vestir si no? Una cosa es que a nosotras nos guste la ropa que llevamos y otra muy distinta es negar que la mirada del otro nos resulte necesaria para saber que existimos y que además somos adoradas, como dirían The Stone Roses.
Pienso en todo esto al leer ese acrónimo del que ahora todo el mundo habla gracias a Morad: M.D.L.R (mec de la rue o chaval de la calle). Lo de siempre, pero en francés y ahora propiedad de la Gen Z. A bote pronto, me viene a la cabeza aquel “Jenny from the Block” que bailamos a comienzos de los dosmiles, cuando la crisis de 2008 aun estaba lejos, y la pandemia no aparecía ni en nuestras peores pesadillas.
En este hit discotequero y optimista as fuck, que ojalá pudiésemos bailar por ahí, J.Lo se disculpa por haber dejado atrás el barrio. Sin demasiados aspavientos, reconoce que las cosas han cambiado mucho durante el último año, pero que ella sigue siendo la misma (como Cardi B). En resumen: que a pesar de los diamantes, no olvida que su casa es el Bronx.
Don't be fooled by the rocks that I got
I'm still, I'm still Jenny from the block
Used to have a little, now I have a lot
No matter where I go, I know where I came from (from the Bronx!)
Bien es cierto que el orgullo de calle (que no siempre de clase, aunque debería ir en el pack) ha estado presente en la música desde tiempos inmemoriales. Y la juventud se ha adscrito a esta necesidad de preservar sus orígenes, también el lugar de nacimiento, como una manera de buscar su identidad. C. Tangana reivindicó Madrid cuando ya estaba en la cima de su carrera discográfica, no antes.
Me hicieron pensar que si cada noche
No salía envuelto en Gucci, yo no era más que un don nadie
Y ahora que sobran ceros en el banco
Me piden que cambie
Tampoco olvida quién es ni de dónde viene Irene Montero, que después de meses soportando acoso y bullying hacia ella y Pablo Iglesias, les recuerda a todos los que tanto empeño han puesto en darnos otra versión de su realidad, que siguen siendo los mismos. Aunque vivan en Galapagar. Y qué razón tienen: no han podido ser más honestos y dignos. Se lo tendremos que agradecer de por vida.
Pero, ¿por qué es tan importante el lugar del que venimos? Cuando era pequeña, señoras mayores a las que no conocía de nada, me paraban por la calle para tratar de descrifrar de dónde salía. Ese “E ti de quen es?” se preguntaba por mis orígenes, por mi familia. Yo me bajaba de la bicicleta y nunca sabía qué contestarles: aquello me resultaba intimidante, una situación que me hacía sentir ajena a todo cuanto me rodeaba. Pero esas formas, para mí, muy bruscas, no eran propiedad de Ogrobe (Pontevedra); en Irlanda, Jessica Andrews también lo vivía en sus carnes.
Fue al volver de Londres, cuando en el pueblo de su abuelo, sus habitantes sintieron la necesidad de trazar su árbol genealógico. La autora se preguntó entonces si pertenecer a algún sitio era posible sin ser además propiedad del lugar y de sus habitantes.
La mayor parte de la gente que conozco en Londres está ocupada reinventándose a sí misma. Es difícil hacer eso en un lugar donde todo el mundo conoce tu linaje. ¿Propiedad y pertenencia están indisolublemente unidos? ¿Puedo pertenecer sin ser propiedad? ¿Tengo que adueñarme de las cosas que me pertenecen?
Ocurre que muchas veces, tratamos de escapar lejos, muy lejos, y no lo conseguimos. Podemos vivir durante años en Manhattan o en Tokio y luego volver a nuestro pueblo y que la gente necesite saber quiénes somos y nos lo pregunte a bocajarro. Seguimos perteneciendo, lo queramos o no. Aunque llevemos el pelo platino y unas Buffalo. O aunque ganemos 6.000 pavos al mes y tengamos un puesto intermedio en una compañía internacional (no es mi caso).
Y todo esto, lo sabemos. Lo llevamos con nosotras, como una carga a veces y otras como una bendición. Es una sensación de calma, de pertenencia, de sentido último. Por eso jamás he entendido eso de llamarse a una misma ciudadana del mundo. Más allá del sentimiento nacionalista, el saber de dónde venimos y quiénes somos configura la imagen que tenemos de nosotras mismas y la que tienen los demás.
Aunque sea por oposición, porque todas tenemos derecho a decidir lo que somos (o lo que no somos), a pesar de nuestros orígenes. Es ahí donde reside la ambivalencia: por un lado, estamos atrapadas; por otro, podemos ser quiénes queramos ser sin tener que rendirle cuentas a nadie, tampoco a nuestro pasado. O al menos, así debería ser. Luchemos para que ocurra.
Hunter Schafer 🤍
℗ 2021 Elefant Records