El gran abismo
Vol. 69 La distancia entre hombres y mujeres ha dejado de ser una coña barata y se ha convertido en una realidad palpable solo para algunas, y siempre difícil de encapsular
Recuerdo lo que supuso Trainspotting para todas nosotras. La película nos volvió locas a las chicas indies nacidas a finales de los 80: nos fascinaban la música de Underworld, el vestido de lentejuelas rosa que llevaba Diane, o la belleza de Ewan McGregor, y la de la macilenta y precaria Escocia, cuando la crisis económica de 2008 y la lejana decadencia de nuestro pueblo costero aún nos permitía ver belleza en donde solo había drama.
No sé cuándo volví a verla, pero estoy segura de que fue hace mucho tiempo. Lo que sí que recuerdo es una escena en concreto; un intercambio entre dos amigos y dos amigas. Ahora, al verla de nuevo, me doy cuenta de que es diferente a como la imaginaba. La cámara es distinta y la ropa de los implicados cambia ligeramente; también el lugar en donde se produce la conversación: en mi cabeza ocurría en el baño. El setting es siempre importante, como dijo Jane Smiley ayer. Pero lo que no cambian son las palabras; las recuerdo casi con exactitud.
What you talking about? Football!
What you talking about? Shopping!
Esta broma, este reírse de los estereotipos de las mujeres que vienen de Venus y los hombres de Marte, tenía sentido entonces (la película es de 1996). Pero que fuese una chanza no significa que no hubiese algo de cierto. Desde muy pequeña, he entendido que nos educan para sentir y expresarnos de manera distinta. Es un hecho y la cultura pop así lo ha representado, pero lo que tardé algo más en descubrir fue la sutileza de esa diferencia. Porque la obvia está clara y puede incluso resultar grotesca, como demuestra esta escena de Trainspotting. Además, al exagerar una situación, se desactiva. De repente, no existe.
Eso no significa que no haya un gran abismo entre los hombres y las mujeres (principalmente heteros). Lo intuyo, como digo, desde hace años; al menos, es el paso del tiempo lo que convierte esta idea en algo cada vez más palpable y al mismo tiempo más sutil. Digo sutil porque no se enuncia, como mucho, se sugiere.
Hoy me encuentro de casualidad con un tweet en donde parezco pensar esto mismo. O quizás es que estamos ante otra de mis obsesiones. Data de 2021 y fue escrito después del visionado de Malcolm & Marie, una película que se estrenó en Netflix en plena pandemia, en la que Zendaya y John David Washington teorizan sobre el amor y sus dificultades; así como sobre la desigualdad siempre evidente en una relación en donde hay un hombre y una mujer implicados.
En él, digo que los hombres pasan “por la vida de puntillas”, que no profundizan. Sí, lo sé, es un ataque directo y quizás demasiado simplista. Pero aunque algunas personas puedan pensar que estoy cayendo en el maniqueísmo más obvio y menos teórico, creo que lo justo sería reconocer que sigo pensando esto así, tal cual; no me he movido ni un ápice. Como mucho, podría decir que los hombres no profundizan en lo mismo que nosotras. Además, el tiempo me ha dado la razón: todas mis relaciones sentimentales implican un aprendizaje. Al principio, siempre hay líos, no me entienden. Probablemente, yo tampoco a ellos. Les parezco extraña, cambiante, demasiado vehemente. Peliculera.
Yo a veces me desespero y otras trato de explicar esas cosas que pienso y siento. La sorpresa viene cuando descubro que no estoy sola: todas esas locuritas, las frikadas que me acompañan a diario son las mismas que atraviesan a otras chicas como yo. Quizás de mi misma generación y con los mismos intereses. Aunque quizás no. Y la sorpresa sea doble.
Que las angustias, las inseguridades y las querencias de una parte de las chicas sean las mismas no puede ser casualidad. Debe ser una cuestión de género. Qué los ÉL del mundo respondan igual a nuestros enfados y lloros tampoco debe ser casualidad. Comprender que más allá de lo perfectamente visible, hay capas de entendimiento y de abstracción, debería ser una asignatura para todos los hombres del planeta. Porque si pueden dominar las matemáticas o teorizar sobre lo queer, qué dificultad tan grande encuentran a la hora de entender otros códigos y otra manera de ver el mundo. Códigos y símbolos que han estado siempre delante de sus narices y que si tienen suerte algún día alguien les enseñará. Con sudor y lágrimas. Eso sí.