El exceso está vivo y nos abraza a todas
Vol. 48 Todas hemos tonteado con la serenidad y su atractivo, pero muy pocas hemos conseguido dejar nuestro verdadero espíritu atrás
Mi amiga Laura, que es amiga y madre y hermana, usa continuamente la palabra hiperbólica. Hiperbólica es ella, yo, y toda la gente a la que amamos. Llevo años contándole cómo me siento y sigue cogiéndome por sorpresa su manera tan certera de analizar mis emociones y reacciones, quizás poco habituales. Laura dice que es porque me ha parido. Acabo de recibir un mensaje suyo en donde me cuenta cómo se siente en este momento tan extraño de enfermedades y precariedad; en el que además resulta que se ha convertido en madre.
“No hay nada más que maternidad y es muy difícil hablar de eso (y muy cansino). Veo claros en esto de la dedicación constante y ya intuyo que hay cosas que volverán, pero no es muy constructivo este pensamiento: pensar que algo tiene que volver. Esa idea de: Tía, asume que eres madre, te metiste ahí tú sola. Y al mismo tiempo querer estar con Duna todo el rato (¡a veces!) y ser su madre y amarla. Es un locurón... no creo que haya nada tan bestia en nuestras vidas sencillas y generalmente bellas”.
Ahora es tarde, señora.
Cuando acabábamos de cumplir los 20, mi amiga Sandra me decía que cuando se enfadaba con su novio le entraba “un calor por todo el pecho”. Intuía lo que podía ser aquello, aunque nunca lo enuncié con esas palabras. Yo ya sabía lo que era pasarlo mal por amor, llorar de manera desgarrada, sentir que te clavaban una daga en el corazón. Y a pesar del dolor, jamás quise protegerme. Seguí adelante siempre, como los protagonistas de Jackass, aunque me rompiese un pie, una mano, un codo. Antes el dolor que la nada.
De adultas y, gracias al feminismo, aprendimos a escapar, a no sufrir, a usar nuestro tiempo para hacer esas cosas que nos hacen felices. Porque la vida es sentimiento y pasión, pero también es pragmatismo, y el arte solo puede ser arte cuando hay tiempo y una mente clara preparados para que se produzca la magia: el diamante perfecto de Tiffany’s envuelto en una caja de color turquesa.
Mi querida Jara Pérez, que a veces es tan certera que duele, escribió unas palabras que me impidieron decir nada; no tuve otra opción que mirar desde la distancia y retirarme a reflexionar en silencio sin molestar.
“La última vez que tuve una bajona guapa, en marzo de este endemoñado 2021, me sentí realmente sola, no porque no tuviera gente a alrededor, que estaba la Nuria y mi madre y Louis y mi hermana, sino porque había un muro que me separaba de la realidad y de todas las capacidades que la vida y las santitas me han ido dando a lo largo de mi vida. Si a eso sumamos algunos detallitos macabros y por qué no decirlo, violentos, la sensación de que quieres que se te coman los gusanos es intensa. Durante esos meses mi obsesión era cómo vamos a cuidarnos las personas que sufrimos, cómo vamos a protegernos de otras personas que se aprovechan de nuestras grietas y quién va a echarme un capote cuando se me vaya el pistacho again. Cuando escucho una historia como la de Verónica Forqué, que no la conozco de nada, no tengo ni idea de por lo que estaba pasando o qué la ha llevado a quitarse la vida, me pregunto, qué pasará la próxima vez que venga la tormenta a mi cabesa y cómo me lo voy a montar. Y también me planteo lo poquito sostenible de esta movida que tenemos montada, que hoy nos da mucha pena pero que mañana vamos a mirar la grieta ajena de refilón y va a ser una movida porque no queremos asomarnos a la nuestra propia y es que ni tiempo ni ganas tenemos de eso. Y vamos a ver qué coño hacemos, queridas, vamos a ver”.
Mi amiga Carlota dice que no quiere sufrir más y que lo está consiguiendo, que debe de ser una psicópata (no hay escapatoria, chicas). Yo le digo que a veces el cuerpo y la mente no están preparados o no quieren enfrentarse a un dolor, pero también ocurre que los duelos no siempre se transitan cuando supuestamente deberían. Sufrí más cuando mi exnovio y yo cortamos y él me retiró la palabra que cuando falleció años después, a pesar de que me acuerdo de él todos los días.
Tampoco podemos negar que, a una parte de la sociedad, nos interesa el dolor, también desde un punto de vista estético. Un dolor y una sensibilidad que está presente en infinitas piezas de arte: desde las más pop, como el personaje de Beatrix Kiddo en la saga de Kill Bill, hasta el drama de Edipo Rey.
Algunas nos sentimos cómodas, como en casa, imbuidas de ese sentimiento algodonoso y cálido, que nos hace sentirnos más cerca de la naturaleza y más lejos de los horarios y las responsabilidades absurdas que solo sirven como meros símbolos para articular sociedades modernas. Pero conviene recordar, como recuerda la diosa/kween Natalia Wynn en su canal de YouTube Counterpaarts, que existe una epistemología del dolor: según esta teoría, si algo duele, entonces es porque es real; de no serlo, entonces no dolería. Y todas sabemos que no tiene que ser siempre así.
¡Ay, amigas, qué difícil todo! En cualquier caso, no se trata de escoger: el exceso te escoge, no lo escoges. Y todas las excesivas e hiperbólicas sabéis de lo que hablo. Os deseo una semana dramática y feliz, como esta foto de Dolly Parton, en donde solo hay belleza: pelos rubios, un cachorro de gato, ropa rosa y con glitter que podría ser de Becomely, mariposas y tipografías bonitas.
The higher the hair, the closer to God
℗ 2021 Elefant Records