El cuerpo es nuestro campo de batalla
Vol. 57 Nuestro cuerpo es un lugar político y sirve también como forma de rebeldía y opresión
Ya lo dijo Barbara Kruger (en 1989), Your body is a battleground. No creo que sea posible obviar el cuerpo o estar en comunión con él, al menos, no de manera permanente. Para eso existen las religiones: en la budista, la felicidad plena se alcanza cuando se elimina cualquier tipo de dolor o deseo y se alcanza el Nirvana. En ocasiones, cuando me duele el intestino, desearía no sentir nada, ni bueno ni malo, y mis momentos de mayor disfrute siempre tienen que ver con una ausencia total del cuerpo, o más bien de una percepción evidente de él.
Porque el cuerpo no solo se siente, el cuerpo se vive y se respira, y sirve como herramienta de violencia política, social y económica. Uno de los ejemplos más evidentes tiene que ver con el sometimiento heteropatriarcal; en las guerras, la violencia se ejerce violando a las mujeres del pueblo conquistado. Pero el cuerpo también supone un conflicto reproductivo, sexual y de identidad, y es el campo de batalla durante las epidemias como la del sida.
Como dice Andrea Galaxina en su ensayo Nadie miraba hacia aquí. Un ensayo sobre arte y VIH/sida (2022), el cuerpo enfermo se estigmatiza y se relaciona con lo moralmente reprobable: la homosexualidad, el libertinaje, las clases trabajadoras, los negros, las putas, las mujeres latinas…
El cuerpo es el nuevo ídolo al que adorar: sin dioses, nos reverenciamos a nosotros mismos, que tratamos de perfeccionarnos optimizando nuestro tiempo. “Las mujeres atribuyen un valor moral implícito a los esfuerzos cotidianos por mejorar su imagen, y fracasar a la hora de cumplir con los estándares de belleza se entiende «no como un fracaso local o parcial, sino como un fracaso del yo»”, resume Jia Tolentino en el capítulo “Nunca dejes de optimizar”, de su brillante ensayo Falso espejo.
Por eso nos sometemos a ayunos, nos ponemos hasta arriba de batidos detox y fetichizamos el cuerpo: antes de la pandemia, a través del athleisure; y ahora, con las nuevas tendencias que subliman la nueva carne, de la mano de firmas como Miu Miu, Jacquemus o Aya Muse.
Aya Muse es una de las favoritas de Emily Ratajkowski, que ha colocado su cuerpo en primera línea de guerra. Pero, ¿ha sido ella o hemos sido nosotros? La modelo e influencer resumió su nuevo libro, Mi cuerpo, como “una exploración profundamente personal del feminismo, la sexualidad y del poder con el que los hombres tratan a las mujeres y la racionalización con las que estas han aceptado este trato".
Ratajkowski se dio a conocer en todo el mundo cuando en 2013 protagonizó el videoclip de Robin Thicke, “Blurred Lines”, tremendamente machista, con tres mujeres guapísimas y en paños menores, que bailan para tres hombretones (Thicke, T.I. y Pharrell). Una fantasía masculina que solo tiene sentido para la mirada masculina.
Sobre su presencia en el videoclip, la modelo ha contado recientemente que fue acosada por Thicke, que borracho le tocó los pechos desnudos mientras grababan. Pero Ratajkowski no solo tuvo que enfrentarse a este tipo de violencia; participar en este videoclip también la posicionó en el mundo como una chica fácil (sea lo que sea eso), descerebrada y muy sexual.
Aun así, Ratajtowski no ha dejado de vestirse como le da la gana, a pesar de las críticas; mucho más voraces ahora que es madre.
Pero no siempre es fácil ignorar la violencia sistémica: no hace tanto me encontré con Swallow, una película de Carlo Mirabella-Davis, en donde Hunter, un mujer guapísima y extremadamente complaciente, cercana al estereotipo de la ama de casa perfecta de los 50, acaba tragándose todo lo que se encuentra, que no es precisamente comida, sino clavos, pilas, chinchetas… you name it!
Cuando su marido y sus padres se enteran, ella promete que cambiará, pero nunca lo hace. Solo así siente que tiene el control; también el de su cuerpo, que es el último lugar de resistencia.
Algo similar ocurre en La vegetariana, de Han Kang, una novela coreana que nos cuenta la historia de una mujer que ya no quiere vivir. Y para enfrentarse al vacío de su vida en pareja y a una vida nada placentera, en la que se le exige vivir para el otro, decide dejar de comer animales. Una rebelión tan bestia como dejarse pelos en el sobaco. Así estamos.
Parece que el cuerpo, por tanto, siempre será un lugar político y, como tal, sirve también como herramienta de rebeldía (podemos desafiar los cánones de belleza o de conducta a través de él), pero también puede servir como forma de opresión machista o capitalista.
Sea como fuere, ser consciente de ello y decidir qué hacemos con él, es parte del camino hacia la comunión entre el cuerpo y nuestras emociones. Porque lo único que todos anhelamos es tirarnos un rato al sol, como Vainica Doble.