El chándal de Maisy Biden, o cómo demostrar que diriges el mundo con un solo estilismo
Vol. 62 La nieta de los Biden aparece en España con gorra y alpargatas planas, siguiendo la tradición de sus antecesores
En tercero de carrera, la mayoría teníamos 20 años y éramos unas ingenuas. Entonces, yo llevaba el pelo corto, con flequillo, y teñido de rubio platino, y me vestía para ir a clase con camisetas de The Cramps y zapatos creepers de terciopelo. Cuando llegaba a los pasillos de la facultad, mis compañeras me miraban extrañadas preguntándose de dónde salía. Es uno de los pocos recuerdos de aquel año, en el que falté a clase siempre que pude. El otro está relacionado con la profesora que nos daría clase de Literatura Norteamericana, una mujer que había estudiado en Estados Unidos y que, además de ser muy exigente, vestía con zapatillas de hacer deporte. Yo la observaba entre miedosa y extrañada.
Fue la primera vez que me encontré aquel tipo de calzado en un contexto académico. Años después, viajé a Nueva York y en los constantes viajes en metro descubrí a más chicas con americana y tenis Nike para salir a correr. Ya entonces me di cuenta de que algo estaba a punto de cambiar, pero era 2016 y todo aquello aún nos quedaba demasiado lejos. A fin de cuentas, fueron los estadounidenses los que pusieron de moda el normcore y esos chalecos de plumas horribles, pero también los que convirtieron el chándal en algo cool.
El otro día volví a coger un metro, pero en Madrid, y vi a un chico alto de traje. Hacía muchísimo calor y él llevaba chaqueta y americana a juego, una camisa perfectamente planchada y un reloj dorado bien visible. Le pregunté a Nacho a dónde creía que iba porque eran las siete de la tarde de un viernes; me dijo que seguramente tuviese una cita, pero a mí me costó imaginar que alguien decidiese hacer un plan de ocio con un look que me parecía más para ir a trabajar. Nada más pensarlo, me di cuenta de que aquello solo funcionaba para los blancos occidentales. Aquel chico era negro y probablemente manejase otros códigos.
Pero, ¿qué había ocurrido acaso, días antes, con la nieta de los Biden? La mayoría de los medios digitales señalaron que el estilismo escogido por Maisy resultaba “atípico”. Resulta que la chica de 21 años, que junto a su hermana Finnegan aprovechó la coyuntura para pasar unos días de esparcimiento en España con sus abuelos, había llevado un chándal gris y unas alpargatas planas para plantarse frente a Letizia. Y claro, el país entero se echó las manos a la cabeza.
Dejando aparte consideraciones culturales sobre la monarquía, parecía evidente que, para Maisy ni para sus abuelos, ni aquel estilismo ni el de la gorra y el polo de rayas de Nude Project, resultaban un problema.
Parece complicado imaginar la situación contraria. Recordemos la que se montó con el look gótico de las hijas de Zapatero cuando conocieron a los Obama. Y lo mal que se portaron las redes, aprovechando la coyuntura para denigrar a dos adolescentes y, de paso, a sus padres, que eran progres. El mal por antonomasia.
Porque el chándal forma parte de la idiosincrasia de los estadounidenses, pero también transmite una imagen de cercanía y de poder. Ya lo contaba aquí, en este post que escribí sobre Kamala Harris, celebrando su victoria vestida de Nike: El 'athleisure' ha llegado para quedarse o por qué Estados Unidos dirige el mundo. Y casi dos años después, el poder de la nación estadounidense vuelve a quedar patente con los estilismos de Maisy.
Nosotros los miramos escandalizados, pero con una cierta admiración: si ellos lo hacen, por algo será, pensamos. Poco a poco, también aquí vamos adaptándonos a sus códigos; mientras, otras culturas se alejan del look relajado y se ponen sus mejores galas los domingos o para ir a una cita. Una elección que se lee como hortera, zafia y vulgar por parte de los blancos. Y en el mismo espacio tiempo, el posmodernismo ha querido que celebremos fiestas de Quinceañera y usemos códigos que no hace tanto eran demonizados. Conviene recordarlo.
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