¿Dónde están las nuevas periodistas?
Vol. 45 La respuesta es sencilla: en el underground (y a veces en las webs). Y no porque queramos
No soy de las que va buscando gresca (y menos en Twitter), pero hace unos meses le dejé un comentario a una periodista importantísima de nuestro país. Una especie de Pérez-Reverte pero en mujer, que presume de progre y de profesional.
En aquella ocasión, compartía una entrevista que le había hecho a otra compañera que, de un tiempo a esta parte, se ha dedicado a repetir un discurso reaccionario y teñido de novedoso, cuando lo que cuenta ya lo contaron otros. Y no eran precisamente los buenos.
Cuando le dije a la primera que estaba blanqueando el fascismo, me insultó y después me trató con absoluta condescendencia. A mí me dio igual, no era algo personal; ella no me conoce, pero el hecho en sí me hizo pensar en una idea que llevaba años barruntando y sobre la que hablé con muchas compañeras de profesión: ¿Dónde están las voces jóvenes en el periodismo y a qué viene tanta condescendencia?
Con jóvenes, me refiero a veinteañeras, pero sobre todo a treintañeras y a cuarentañeras. Periodistas de esas generaciones que tanto les gusta nombrar, pero a las que no les ceden ni un trocito del pastel. Que vienen muy bien para seguir presentándose ante el mundo como seres progresistas, integradores y que están en la onda. Pero, si me paro a pensarlo, ninguna de las mujeres que escriben y a las que admiro, mujeres que convierten un día fatídico en uno más soportable o incluso feliz, tienen más espacio que el de una web.
Nunca hay sitio para ellas, ni para sus ideas o sus voces, en una revista en papel. Y no solo porque cada vez se vendan menos revistas, también porque alcanzar el formato físico es una cosa seria y, como seria que es, queda supeditada a los periodistas de alto copete. También pasa con las entrevistas con personajes ya consolidados: tiene que venir una periodista de raza para poner toda la carne en el asador; presumiendo, si sale mal, de honor, savoir faire, de ser una torera y de hacer un buen periodismo, el que se acerca al servicio público y que está por encima del bien y del mal (y por supuesto, de toda la política).
Pero, ¿qué tiene que ver ese periodismo cada vez más minoritario con el nuevo periodismo que practicamos todas las demás? Sí, esas hormiguitas, que a veces ni siquiera firmamos y que un escribimos un artículo tras otro para que después millones de españoles los lean a diario. Ese nuevo periodismo que ya no quiere ser un servicio público (o al menos, no como ese de la vieja guardia) y que tampoco confía en conceptos como el honor o la dignidad. Conceptos que están caducos y que además nunca cumplen con lo prometido.
¿Qué hacemos las demás celebrando que una mujer presida un diario? Mejor que sea una mujer que un hombre, por supuesto, pero ¿dónde estamos nosotras, cuántas escriben en el periódico en cuestión? Muy pocas. Esa es la verdad. Y dando gracias.
Mientras tanto, escribimos newsletters y blogs, o usamos otras plataformas como Twitter, Instagram o TikTok, pero seguimos relegadas a lo underground (y no porque queramos). Y eso también implica a nuestros salarios. Porque no despreciamos la web; pero en la web se paga menos y se le dedican menos tiempo a los artículos (en el caso de los freelancers, por algo tan sencillo como tener que pagar las facturas); mientras que, al escribir en papel, se cobra más y además resulta más prestigioso. Porque los pocos que se lo pueden permitir tienen más tiempo para elaborar sus piezas y, como consecuencia, estas son mejores. Lo más contradictorio es que las revistas en papel se leen mucho menos que las webs, lamentablemente (amo las revistas en papel).
Pero aunque nuestra voz sea importante, lo es aún más el legado que estamos contribuyendo a escribir: uno, en donde las reflexiones siguen siendo las de siempre; las más conservadoras, que tampoco contribuyen a contar lo que siente una gran parte de la población y, que por supuesto, tampoco ayudan a cambiar el mundo.
En la década de los 60, en Estados Unidos, periodistas tan relevantes como Joan Didion o Gay Talese formaron parte de lo que se conoció como The New Journalism. Lo que los unía era que todos contaban sus historias de otra manera: rompían con viejas convenciones y trataban temas hasta el momento considerados frívolos con autoridad, pero también con sencillez y profundidad. Ellos son ahora faros en el camino, pero no puedo evitar preguntarme dónde están sus sucesores. O más bien, ¿por qué se nos sigue relegando a un segundo plano y hasta cuándo?
Por suerte, sabemos cómo alzar la voz, porque la realidad es que millones de personas quieren saber quién es de verdad Avril Lavigne, como se cuenta en este artículo escrito por Alba Correa, que escribe en la web de Vogue, y que además tiene una newsletter exquisita. También quieren leer a Noelia Ramírez analizando el estilismo de los ricos en The White Lotus, o a Eva Morell escribiendo sobre arquitectura y cabañas cozy.
Correa también entrevistó a Adrián Vieitez sobre su proyecto literario Árboles frutales, y el profesor de poesía gallego soltó perlitas como esta: “Mirado desde fuera es bastante frustrante no ser capaz de concebir una realidad laboral distinta a esta, en la que no hay margen para acceder al status quo instalado. Y tampoco hay margen para generar uno alternativo porque no tenemos las condiciones materiales para hacerlo."
O también. “Es un establishment muy caduco. Y particularmente reaccionario en el sentido de propulsar su conservadurismo o su intención de prolongarse en el tiempo como sistema lleno de anacronismos inevitables. No siempre es fácil problematizarlo pero aspiramos a tener acceso a él para reformularlo, y de momento no lo tenemos. Es una forma de hacer las cosas que nos expulsa".
Ojalá algún día cercano las periodistas más jóvenes puedan escribir sin estar sujetas a una constante precariedad y cuenten con altavoces cada vez más importantes. A fin de cuentas, son ellas las que nos hablan a nosotras (y contribuyen a nombrar un mundo cada vez más apasionante).
Te quiero, Paula 💖💖💖
Alto y claro. Gracias 💖💖💖💖