Bodas, bautizos y comuniones
Vol. 54 Decidir qué hacemos con nuestro tiempo libre se ha convertido en un arte perfeccionado por aristócratas y maestras de ceremonias
Todo empezó cuando recibí una nota de prensa en la que se anunciaba con gran fanfarria el regreso de las bodas y eventos de distinta índole. Celebraciones en las que, si no se quiere desentonar, hay que invertir todo ese dinero que, de no ser así, gastarías en otras cosas, quizás más duraderas. Pero cada una derrocha en lo que quiere y nadie es mejor ni peor ciudadana por dejarse la pasta en libros o en cubatas. Tampoco reporta más placer un bien duradero que el goce de unos pocos segundos que comienza cuando te metes una ostra en la boca. Todo esto tardé tiempo en interiorizarlo; por el camino, hubo años y años de culpas, y de preguntas existenciales.
La nota de prensa me hizo pensar que yo jamás tenía eventos a los que acudir, ni bodas, ni nada que se le pareciese en el horizonte. Y que probablemente tampoco los tendría en los próximos años. Una realidad que llevo viviendo desde niña: creo que he ido a tres bodas de casualidad, y no parece que me vayan a invitar a más. Pero son este tipo de celebraciones, de separadores de fases, las que delimitan algunos momentos vitales. Si no te casas, ni tienes hijos, ni te hipotecas… ¿entonces, cuándo dejas de ser una eterna adolescente?
Estos símbolos, o ritos de paso, no son solo necesarios para que el sistema de valores conservadores (y ahora también, neoliberales) persista, también nos ayudan a mantener un poquito más la cordura. En mi caso, hija de padres que no están casados, en donde las bodas son una rareza y con amigas que jamás pasarán por el altar, viví un momento de debilidad en el que pensé que la solución pasaba por oficializar mi relación.
Sin saber por qué, empecé a fantasear con vestidos de novia blancos. Mis padres no daban crédito, mi novio tampoco. Eso sí, yo aspiraba alto: me gustaba especialmente el vestido de Versace Alta Costura que llevó Kate Moss en la colección otoño-invierno de 1995. Me imaginaba un diseño similar y una fiesta sin familiares en una iglesia texana en medio del desierto. Pero aquella burbuja pronto se rompería: solo había que sacarme un segundo de aquella precaria fantasía para que todo se desmoronase. Obviamente, yo no era Moss y tampoco iba a gastarme miles de euros en un vestido de Alta Costura. Y aquello solo eran los primeros impedimentos con los que me encontraría.
Con el paso de los años (y mucha terapia), conseguí escuchar mis verdaderos deseos y después reconciliarme con ellos. La realidad es que yo nunca había querido casarme y en mi casa no éramos de tradiciones, así que lo más probable es que jamás viviese esas efemérides que en cierto modo dan sentido a la vida de tantas personas. Porque cada vez que se celebra un evento, como una boda, es igual de importante todo lo que ocurre los meses anteriores que el día de actos.
Si la vida consiste en llenar el tiempo con distracciones (a veces, son obligaciones) que además den sentido a la existencia, organizar una boda o quedarse embarazada suponen decisiones vitales importantísimas que necesariamente van a trastocarlo todo. Es decir, para preparar un enlace nupcial, necesitamos escoger el vestido, el lugar de la celebración, encargar las invitaciones, contratar a una wedding planner, decidir el menú, las flores, comunicar el número de cuenta… Y con los hijos, pasa algo similar. Pero en este caso, no solo antes de traer a una criatura al mundo, también después.
Aunque si soy honesta, tampoco creo que esta sea la única manera de dotar al día a día de sentido: la clase alta es experta en esta materia. Pienso en Mrs. Dalloway preparando una recepción en su casa; un trámite que resulta tan crucial para la protagonista de la novela que ocupa toda la obra de Woolf. Pero sin necesidad de irse tan lejos, en este nuevo siglo también tenemos a mujeres que madrugan y saben mejor que nadie cómo hacer de cada día una aventura. Carmela Soprano es una de mis favoritas: ella nos ha enseñado que leer la correspondencia puede ser una actividad muy divertida, pero que también lo es establecer tradiciones anuales a medio camino entre lo nuevo rico y lo kitsch como ir a tomar el té con su hija Meadow al Hotel Plaza de Manhattan vestidas con guantes blancos y trajes de chaqueta morados.
Más recientemente, he descubierto cómo pasa el tiempo Georgina Rodriguez. La influencer no lee las cartas que llegan a casa (ya no estamos en 1999), pero organiza vacaciones en Marbella o se encarga de que sus hijos estén continuamente estimulados. Lo que no sé es a qué se refiere exactamente Gia con esto, pero después de ver su reality y de sufrir mucho, parece que los estímulos son todos aquellos que tienen que ver con hablar bien inglés y convertirse en señoritos bien avenidos, como si esto fuese la Inglaterra victoriana.
En definitiva, aquellas que no seguimos costumbres y tradiciones habituales, tenemos que inventarnos maneras de separar fases, de marcar hitos vitales, de celebrarlos, de reinventar los domingos cuando los padres están fuera… Mi amiga Laura siempre ha dicho que hay que esforzarse en celebrar y tiene razón: soñamos durante años con acabar la carrera y, cuando lo conseguimos, nos quedamos impertérritas como si nada hubiese pasado. Lo mismo nos ocurrió al conseguir el primer trabajo, o cuando cumplimos un año más o tuvimos (algunas de nosotras) hijas. Nada ha sido nunca tan importante como para tirar la casa por la ventana. Después de todo, quizá es la gente más conservadora la que se permite el placer, el despiporre, la grande bouffe… y todas las demás personas estamos más cerca de ese ascetismo judeocristiano del que ellos presumen y nosotras renegamos.
Pensaré sobre esta cuestión mientras escucho este pepinazo de Gigi D’Agostino que me flipa tanto como cuando tenía 15 años e iba a la sesión de tarde de Vogue.
I'll fly with youuuuuu
℗ 2021 Elefant Records
lo de esforzarse por celebrar me ha resonado mucho... algunas veces lo hablamos con mis amigas. Quizás también va de la mano con pararse y disfrutar , porque lo que solemos hacer o pensar es: bueno y qué más? qué es lo siguiente? ¿No?
Este post requiere de muchas reflexiones! Muy identificada con tus palabras!