Abrazando el mainstream
Vol. 67 Con el tiempo, me he dado cuenta de que mi placer se encuentra en lo compartido por todes, no en lo que me diferencia de elles
Entro en Twitter y me encuentro con que Zara es TT. Pincho, sorprendida, en el hashtag, porque a pesar de ser periodista de moda, todavÃa no soy consciente de lo que supone esta marca gallega para millones de personas en todo el mundo. Resulta que Zara está de rebajas y este hecho se convierte en un acontecimiento. Decido meterme en la web y empiezo a mirar, como les demás, qué prendas y complementos me voy a agenciar por menos precio del habitual. ¿Por qué escribo esto? Llevaba años sin comprar ni en esta tienda ni en las otras, y mucho menos durante el periodo de rebajas. Y esto no significa que ahora vaya a tirarme de cabeza a por prendas que me durarán una temporada o menos solo por el hecho de ser más o menos asequibles. Pero creo que es una prueba de que mis derroteros se alejan del espectro underground y se acercan a lo mainstream.
En 2003, cuando yo tenÃa 16 años, ser una indie era más importante que ninguna otra cosa en el mundo. Las que militábamos en lo alternativo leÃamos la Rockdelux, llevábamos camisetas de The Velvet Underground, y veÃamos a veces sin ganas pelÃculas de Godard y demás representantes de la Nouvelle Vague. Todo aquello nos parecÃa elevado, refinado, certero; todo aquello nos acercaba a la verdad. Solo asà tenÃa sentido vivir; solo asà se podÃa amar. Lo indie lo inundaba todo; estaba presente en cada movimiento, en cada paso, real y figurado. Y les que no estaban con nosotras, no existÃan.
El tiempo pasó, internet permeó en nuestros hogares, y el transcurrir de los años nos convirtió en seres más descreÃdos y algo menos eufóricos. Contarle al mundo cuáles eran nuestros Ãdolos ya no era tan importante; además, ya no éramos una minorÃa (aunque en realidad nunca lo habÃamos sido). El tiempo pasó un poco más y las fronteras no hacÃa tanto tan claras entre lo mainstream y lo indie se acabaron por diluir. Ni siquiera era algo que le interesase a nadie; era un debate inocuo. De repente, todas aquellas conversaciones tratando de encontrar una supuesta pureza en un determinado producto cultural no tenÃan sentido. Productos culturales, cómo no, en donde no cabÃan las propuestas consideradas femeninas, ni ninguna otra cosa que no fuese blanca, occidental y de clase media. El canon que siempre habÃamos conocido, el del siglo XX, y el que muchos todavÃa siguen.
El reggaeton habÃa dejado de ser demonizado (al menos, de manera mayoritaria) y los chicos mazados eran ahora nuestro objeto de deseo. El placer estaba en lo compartido por todes, no en lo que nos diferenciaba de elles. Entretanto, yo me sentÃa cada vez más cómoda en esta nueva etapa de normie. De alguna manera, la idea de haber eliminado de mi vida casi cualquier ápice de soberbia me reconciliaba con el mundo. Ya no necesitaba diferenciarme ni contar nada sobre todo aquello que antes me habÃa hecho especial.
De repente, soñaba con los sÃmbolos más normativos, envidiaba tener una relación de pareja en la que mi novio me recibiese con un abrazo y me acariciase el culo mientras tanto. Me sentÃa cómoda escuchando a Taylor Swift y calzándome unas botas Ugg como todas las demás. HabÃa encontrado una extraña calma. Una comunión inesperada, como la que aquel dÃa en el MoMA me habÃan hecho sentir las mujeres de Danse (I), el lienzo que Matisse pintó en 1909. Ese mediodÃa me senté en el banquito que hay en frente del cuadro y las lágrimas empezaron a inundarlo todo. No era tristeza sino nostalgia y felicidad. Una especie de comunión con nuestras antepasadas, con las mujeres y la naturaleza. SentÃa que formaba parte de un todo, a pesar de nuestras diferencias. Por fin se cerraba el cÃrculo. Fue mi mayor acercamiento al misticismo, siempre alejado de la religión, pero muy cercano a la humanidad. Y es ahà en donde me quiero quedar para siempre.
© 2023 Elefant Records
Precioso el momento frente al lienzo, Alexandra.